Te vi, colgando como un péndulo,
sentĂ­ el peso de tu cuerpo,
una ráfaga de imágenes irreligiosas,
la electricidad vertebral del verbo
que funda la ausencia,
que derrite los polos.

No tengo lenguaje para los finales,
ni para la irrevocable caĂ­da.

Mis manos tienden a la infinidad.
Verás las montañas abrirse
y la flor de agua derramarse,

y de pronto habrá terminado el beso universal.
No quedará más que el miedo
a la indomable muerte del sol.

La noche se quedará,
latente, vertical.

Mi voz adónica se te enredará en el cabello,
y los ecos solo harán moldes deformados
del tiempo que habitamos,
que nos habitamos.

Llegarás a la costa, llamarás un nombre indescifrable
y los peces te formarán
la silueta vacilante de mi recuerdo.

Yo, en su lugar, moriré esta tarde,
en las equidistancias de nuestros ojos,
en las palabras salvajes
donde nacen y mueren los desahuciados.