© Where Is My Mind - Pixies


Valledupar, Colombia.
TEMIS LACRIMAL

Cubre una nube de mirra y azufre el sol inquisidor de este valle cantor, hipnotizada mi
mirada en el asfalto y los colores dulces que amerizan las memorias de mis viejos pasos,
invoco escenas fantasmales de mi presencia inocente, las escaramuzas universitarias y la risa de mis camaradas académicos favoritos. Deseando desplegarme a la época en que las más tenebrosas guerras que había sostenido eran con la confusión de una profesora sobre el concepto de “persona” de Kelsen y esas pequeñas revoluciones propias de alguien que porta botas y tatuajes en una facultad de leyes.

Hoy, esta encrucijada en la calle Séptima –decapitada y extraviada– enhebra las cenizas de mi fe y la tranquilidad perdida de mi cuerpo.
La tarde siente oír las sombras y mi piel se carboniza con el subterráneo y desgarrador cantar de las sirenas esclerosadas del río.

15:00 es la hora lacrimal, citada en las fauces del Tártaro a conciliar.

Cita Audiencia ConciliaciĂłn


En prolongaciones desfasadas avizoré el documento enviado por la fiscalía –inmóvil–.
Hincada ante el espanto, comprendí la indolencia pétrea del organismo judicial, mientras el miedo –grávido y obsceno– cercena insaciado el habitar ligero de mi cuerpo en este territorio.
El antiguo claustro universitario en el que me enseñaban a conciliar y a mal-decir alegatos —enmohecido por las máscaras y la violencia— ahora envenena mis pulmones y graba lentamente en mis sesos la imagen de un degenerado intratable que le sonreía tiernamente a la fiscal, al tiempo que sus rostros incurables protagonizaban una escena digna de Fragmentado, entre burlas y miradas homicidas diametrales dirigidas al sarcófago de mi paz.
Cuento uno a uno los alfileres lanzados a mi llaga y los oráculos me revelan las cartas que baraja la oscuridad en esa danza de figuras informes que portan el rostro de Temis en Valledupar.

Hace unos años, en esta misma sala de audiencia, el amor platónico —de quien fue mi mejor amigo durante mis años universitarios— se desvanecía en llanto frente a la clase, confesando —ahogada y dócil— que, por desgracia, se cruzó en la universidad con quien había abusado de ella años atrás. Mis compañeros, conmovidos por su historia, al unísono se unieron a su llanto. Yo, en lugar de ello —al igual que ahora—, cercaba mis ojos contra los diluvios y me dejaba inundar por el asco y un desdén existencial que repetía un aforismo en bucle:

Qué difícil es habitarse y habitar el territorio después de una agresión sexual.

Siendo 11 de agosto de 2025, estoy frente al hombre a quien denuncié por acto sexual violento agravado, renegando entre esos “recordatorios” de que soy “abogada” —vil arma de manipulación— y mis leves quejas que acallaron la verdadera impotencia putresienes.
Respetando los principios básicos para vivir en esta Distopía —en la que los perros viejos andan por allí con máscaras de muerte y violación— no debo tomarme personal esta inútil citación a conciliar con mi abusador, ni las omisiones institucionales, tampoco los ataques digitales de sus amigos —hasta esas aliadas y aliados del feminismo— incrédulos ante la verdad, ni los intentos fallidos por encubrir un abuso de no diré qué popular bar; mucho menos la falta de información en cuanto a mi neurodivergencia.

Perdonadlos, padre, no saben lo que hacen.

Casi cae la noche.
Malherida, desvarĂ­o unos versos de Lorca:

Estoy aquí allá entre peldaños de carne
A la intemperie
Con algo que decir me digo.


Tengo que decir algo.

A ustedes —vivos y muertos— que me leen, especialmente a las mujeres, mis hermanas:
Cómicos y artificiales me llamaron valkiria —por ofrecer apoyo para denunciar, claro—. Hoy resignifico esa figura encarnada de honor y fuerza, guía de los caídos. Por encima de las sombras coronadas por el fuego arderá el vasto cielo. Purificaremos este valle demacrado a punta de tinta violeta, escrache y revolución.
Mi voz es su voz.
Mis letras son sus letras.
Su lucha siempre ha sido mi lucha.
Consagro mi vocación poética y jurídica a la construcción de un valle más habitable para nosotras y nuestra voz.
Se eleva - por encima del dolor que me embarga la justicia que persigo ante mi caso- la cĂłlera de mi espĂ­ritu ancestral ante los horrores que ha callado mi linaje, mis amigas, las mujeres que amo.
Escribo esto pensando en las mujeres que vendrán,
en lo que callĂł mi madre, mi hermana, mis amigas a las que el mundo llamĂł suicidas,
mis amigas que prefieren no denunciar para no ser revictimizadas,
incluso las amigas que prefieren disculpar a su abusador.

Hoy llego a ustedes con su verdad.
Con mi verdad.
Con la de todas —que, para bien o para mal— aún estamos aquí, resistiendo.
Escribiendo.