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Hallowcracia/santocracia: Inquisición contemporánea de santos doble morales y monstruos indiferentes


HALLOW-CRACIA: LA INQUISICIÓN CONTEMPORÁNEA.

En Colombia, la sociedad "tradicional" y "conservadora" exhibe una ambivalencia ética que sataniza el Halloween, pero se convierte en testigo mudo del horror. Tal como en Gotham, sus ciudadanos sufren crónicamente de indiferencia, funcionando todos como espejos de esta descomposición moral.

El Halloween era una festividad agrícola y espiritual con orígenes celtas, nombrada originalmente Samhain, pero renombrada por la Iglesia en su infinita vocación de colonizar y rebautizar. En el año 835 d. C., con la propagación del cristianismo por toda Europa, el Papa Gregorio IV trasladó oficialmente la fecha de “Todos los Santos” al 1 de noviembre, pues coincidía con el Samhain celta, que se celebraba durante la noche del 31 de octubre al 1 de noviembre. Todo ello fue parte de una estrategia política y espiritual. De esta forma, la “Víspera de Todos los Santos” (All Hallows’ Eve, que luego derivó en Halloween) absorbió las costumbres celtas.

El Samhain no celebraba el horror, sino la continuidad entre lo visible y lo invisible. Los celtas no temían a los muertos: los recordaban, les ofrecían alimento y fuego, y los recibían como parte del mismo tejido. Era una fiesta de respeto cósmico, una celebración del equilibrio entre la luz y la oscuridad, la vida y la muerte. Lastimosamente, el miedo moderno a los espíritus es apenas un reflejo degradado de esa antigua reverencia.

El fuego de esta festividad se encendía en común y ello era una metáfora de la vida colectiva, donde lo espiritual se tejía en la comunidad, no en la culpa individual ni en la salvación personal. La espiritualidad dejó de ser un lenguaje del pueblo para convertirse en un sistema de control, y fue allí donde empezó el verdadero horror: en la ceguera de la obediencia, en la culpa heredada, en la pérdida del fuego colectivo, en la indiferencia por el otro y por la tierra.

Por eso, el horror —aunque les cueste reconocerlo— no se trata de brujas, posesiones o demonios, sino de rupturas, del estremecimiento ante lo que destruye nuestro sentido de realidad.

Evocando a Julia Kristeva, este horror es un tipo de abyección, entendido como aquello que amenaza nuestra identidad y el orden de lo que consideramos aceptable. Ella señala que “la abyección es una de esas violentas y oscuras rebeliones del ser contra aquello que lo amenaza y que le parece venir de un afuera o de un adentro exorbitante” (Poderes del horror, 1982).

Lo nuestro —por su parte— es un thriller de terror latinoamericano experimental en VHS, donde todos los días la vida se proyecta entre la luz parpadeante y las sombras deformadas. Cada calle, cada esquina, cada mirada contiene un horror silencioso y un terror cotidiano. La inseguridad, las violaciones, los asesinatos y la complacencia de quienes se creen guardianes de la virtud se repiten como fotogramas deteriorados que nos recuerdan que el espectáculo no termina nunca.

Resulta trillado hablar de antiguas festividades o de rituales antiguos cuando ya deberíamos haber aprendido a convivir con nuestros propios demonios, con la oscuridad, la fragilidad y la imperfección que todos llevamos dentro. La violencia y la indiferencia son las hogueras modernas que consumen nuestra capacidad de comunidad, mientras seguimos actuando como si cumplir la norma bastara para sostener un orden que solo existe en apariencia.

Al final, el terror y el horror no están en lo “satánico” ni en lo fantástico; habitan en nosotros, en la Hallow-cracia, inquilina de nuestra época que se disfraza de virtud mientras rinde culto al poder, a la apariencia y al ego, por encima de la conciencia y la alteridad. Una sociedad que, ciega ante la violencia, confunde la máscara con el rostro y se cree inocente ante el verdadero horror que alimenta. La cacería de brujas se repite como en la Inquisición.

Los mitos antiguos y las tradiciones ya no nos protegen ni nos enseñan; solo nos recuerdan que somos todos monstruos.

¡Feliz Halloween!; o lo que quede de él…